Nuestra visita a Caná de Galilea nos hace
pensar en el matrimonio. El evangelista Juan resalta su importancia en este
pasaje. Se desarrollan unas bodas y María pide a Jesús que realice su primer
milagro. La conversión del agua en vino Lc 2, 1-11.
No puede negarse que un matrimonio “para toda la vida” es la
mejor forma de conformar una familia y de respetar el tan manido tema de la "paternidad
responsable". Es la forma en que mejor se aplica el llamado principio de
la totalidad ya que redunda en el mejor beneficio para la comunidad humana y ennoblece
al hombre.
“En los bautizados el matrimonio reviste, además, la
dignidad de signo sacramental de la gracia, en cuanto representa la unión de
Cristo y de la Iglesia” (Humanae vitae de Pablo VI).
El matrimonio, que en algunos momentos de la vida resulta
difícil de sostener es siempre posible y es el ejemplo que numerosos esposos a
través de los siglos han avalado como meritorio y noble.
Los evangelistas Mateo y Marcos hacen referencia a otras
situaciones donde Jesús se refiera al matrimonio y niega la separación de los
cónyugues Mt 19, 3- 12 y Mc 10, 2-12. Algo similar en Lc 16,18 aunque mucho más
breve o 1 Corintios 7:10-11.
Es interesante el comentario de los discípulos en Mt 19, 10 “Si tal
es la situación entre esposo y esposa es
mejor no casarse” que sigue a la respuesta de Jesús a los fariseos acerca
del divorcio “…Así que ya no son dos,
sino uno solo…”.
Como es muy común en la historia del hombre las mismas cosas se repiten una y otra
vez a través de los siglos. En la actualidad es frecuente escuchar «es mejor no
casarse» aludiendo a que una vez consumado el matrimonio por la iglesia no
existe para los conyugues forma de desvincularse entre sí y arguyen que en
cambio si una persona cohabita con otra o con varias sin casarse, siempre estará
en condiciones futuras de realizar un matrimonio “por iglesia”. ¿Aludirán a
este concepto los discípulos de Jesús cuando dicen “… es mejor no casarse”?. A
continuación de este texto, el comentario de Jesús indica que no entienden
nada.
Hoy personas casadas, vueltas a casar o no pero con nuevas
parejas dicen algo similar “… es mejor no casarse”. La pregunta sería ¿qué es
lo que no se entiende?
Mientras tanto la cantidad de personas que no se casan “por
iglesia” aumenta, y aumenta mucho más las que no contraen matrimonio civil y al
mismo tiempo la cantidad de parejas no casadas también aumenta.
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Fresco de la iglesia Santa Rosa
de Lima |
El número de hombres y mujeres jóvenes que comienzan a
convivir de forma temprana sin considerar la necesidad de un vínculo formal aumenta
considerablemente. Esto no es para nada llamativo pues el matrimonio legal, con
nuevas leyes en muchos países, es poco más que una farsa.
La relativización del matrimonio como consecuencia de uniones
libres que eximen a los conyugues de un compromiso
real distorsiona la familia y repercute de forma notoria en la formación en
valores de la niñez. Aunque no siempre tiene porque haber una falta de
compromiso y una falta de amor conyugal real.
También es interesante observar en el texto del Concilio de
Trento “Aunque no se puede dudar que los matrimonios clandestinos efectuados
con libre consentimiento de los conyugues, fueron matrimonios legales y
verdaderos, mientras la Iglesia católica no los hizo írritos…” ¿Esas uniones
clandestinas realizadas entre los conyugues per se imponían entre ellos un
verdadero compromiso? El concilio de
Trento se realiza después de mil quinientos años de cristianismo y trata de
forma primaria el asunto del protestantismo. En él se introduce la figura del
sacerdote como testigo valido aunque los verdaderos ministros de la celebración
son los contrayentes.
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Fresco de la iglesia Santa Rosa
de Lima |
Surge la pregunta acerca de la necesidad de ese cambio, por
lo cual incluyo a continuación un mensaje de Benedicto XVI en la apertura del
congreso de la diócesis de Roma sobre familia…
“En concreto, el «sí» personal y recíproco del hombre y de
la mujer abre el espacio para el futuro, para la auténtica humanidad de cada
uno, y al mismo tiempo está destinado al don de una nueva vida. Por este
motivo, este «sí» personal tiene que ser necesariamente un «sí» que es también
públicamente responsable, con el que los conyugues asumen la responsabilidad pública
de la fidelidad, que garantiza también el futuro para la comunidad.”
El matrimonio religioso se realiza de manera sistemática
desde Trento (1563), el matrimonio civil comenzó mucho tiempo después en el
siglo XX; para que tuviera efecto el
estado obligó a las parejas que contraían matrimonio religioso a que
previamente tuvieran un matrimonio civil. Hecho que no era disparatado pues
aseguraba a los conyugues una ámbito legal donde desarrollar la vida
matrimonial. Hoy día esto tampoco es real, pues la legislación se amplió
asimilando a las personas que viven por un tiempo en pareja sin contraer
matrimonio civil.
Una de las preguntas sería porqué hoy el matrimonio
religioso implica un matrimonio civil previo si las causas que lo motivaron no
existen. Parece beneficioso que haya una separación tajante entre ambos actos,
sobre todo de actos que significan cosas tan diferentes y opuestas. Avalados
por autoridades públicas despreocupadas de las exigencias morales que cada vez
más se entrometen en la vida familiar y en la enseñanza de los hijos, hecho
privativo de la familia donde el estado es solo subsidiario.
“…Reconoce la acción de ese amor eterno e indestructible que
asegura a la vida de cada uno de nosotros un sentido permanente, aunque no
conozcamos el futuro. Por este motivo, la edificación de cada una de las
familias cristianas se enmarca en el contexto de la gran familia de la Iglesia,
que la apoya y la acompaña y garantiza que hay un sentido y que en su futuro se
dará el «sí» del Creador. Y recíprocamente la Iglesia es edificada por las
familias, «pequeñas Iglesias domésticas»” (Benedicto XVI).
El matrimonio forma parte de esos conceptos que no pierden
validez, no se desgastan, no se erosionan con el paso del tiempo, aunque sea más
cómodo intentar hacerlos aparecer como arcaicos.