viernes, 6 de abril de 2018

OCTAVA DE PASCUA


Fresco de la iglesia Santa Rosa de Lima
Desde el domingo de resurrección por ocho días (desde el domingo de Resurrección hasta el domingo de la Divina Misericordia) se celebra la resurrección del Señor dentro de una unidad, como si fuera un solo día. Son los primeros ocho días de los cincuenta  de la Liturgia de tiempo pascual, que concluye en Pentecostés.
Los católicos de occidente, también miramos a oriente. Como celebramos en comunidad, no oramos solos, lo hacemos dentro de un templo que mira al altar situado dentro de un conjunto de imágenes, columnas, que muestra una proyección hacia oriente, hacia el lugar donde ocurrieron los hechos.
Un sencillo altar de capilla, una parroquia —quizá transformada en iglesia— o una catedral,  donde encontramos un altar sólido. El altar es el símbolo del Gólgota, es el lugar del sacrificio único que ahora recreamos de forma incruenta en cada misa.
Los laterales del templo son un camino perlado de narraciones de la historia de la salvación.
Tenemos formas distintas de pensar. En occidente pensamos en ideas, pero la Biblia no contiene ideas, contiene imágenes y hechos.
Para una persona de oriente celebrar un acontecimiento es asumirlo. Deberíamos salir de la misa como enviados, como sacerdotes en los que fuimos instituidos durante nuestro bautismo. Para nosotros primero es pensarlo, transformarlo en idea y “del dicho al hecho”
Tenemos que pensar que así como hicimos ayuno, oración, limosna, durante la cuaresma y los viernes asistimos al viacrucis, éste es otro tiempo.
Presenciamos ahora a un Dios vivo, a un Dios resucitado. Si Cristo no hubiera resucitado vana es nuestra fe, dijo San Pablo.
Hemos de asumir la alegría de la presencia viva de Cristo en nuestros corazones y ser capaces de trasmitirla de forma continua, sin por eso, dejar dejar de lado los preceptos de la cuaresma.