miércoles, 20 de diciembre de 2017

Alojarnos en Belén

    En el programa de la agencia de viajes estaba previsto el alojamiento en un hotel de Jerusalén, luego sobre la marcha cambiaron por uno en Belén, con sus pros y sus contras. A pesar de situarse a unos pocos quilómetros de Jerusalén se adicionó un lento viaje de ida y regreso cada día. Por otro lado, al alojarnos del lado palestino tuvimos el dudoso privilegio de ver crecer el muro que los divide, un simple muro, nada del otro mundo desde el punto de vista de su aspecto o de la seguridad. Sí desde el punto de vista de un mundo cada vez más aislado, y no me refiero solo a ese lugar.

    Día a día atravesamos ese muro de papel, el conductor del ómnibus gritaba a los guardias “tallarines” o algo parecido, que significa turistas y seguíamos. Pues si hay algo que se respeta en este mundo es el dinero. Y el turismo deja dinero…

Nosotros, pertenecientes a un país llano y verde nos asombra que el hotel tenga un acceso desde la calle por el piso cinco y otro acceso también a la calle, por el subsuelo.
   En esa ciudad, cuyo solo nombre inspira, visitamos la basílica de la Natividad, donde  la puerta tiene poca altura, y si no eres un niño (recordemos los evangelios) tienes que agacharte para poder entrar.     
    Es uno de los tres sitios que se disputa el honor de ser el lugar donde nació Jesús. Como si esto fuera  posible para el hombre. Solo Dios lo sabe y lo ocultó a los sabios y entendidos…
    En la ciudad, la basílica convive  con templos de altas torres, una muy iluminada en verde imagen de la medialuna en su extremo superior.
    Convive también con enormes imágenes de Arafat, un ícono de este pueblo musulmán, quién también supo asistir a la misa de gallo en la basílica.
     El chofer cena aislado del grupo, nos acercamos a hacerle compañía, habla bastante bien inglés. Al principio se muestra encorsetado, por supuesto, habla con extranjeros a quienes no conoce, luego se suelta un poco y resulta una conversación agradable.