Hubo una larga tradición: preparar un ramo de olivos, hojas
de palmera o laurel. Tenerlo pronto temprano a la mañana, para la misa del
domingo de ramos. La única misa en la que se bendecían los ramos. Hace pocos
años, viviendo yo en el campo, el sábado se cortaban grandes hojas de palmera para
ayudar en la decoración de la iglesia de Santa Rosa.
¡Vaya cambio! Hoy estamos en una apartamento, lo único verde
es un palo de agua. Ayer mi esposa cortó tres hojas y con una cinta que quedaba
de navidad armó un ramo. Hace casi un mes que no se puede asistir a misa.
Debemos verla por internet y claro, no podemos comulgar. Aunque hay quien se
arriesga y arriesga a los demás y semioculto va y comulga de forma individual.
La misa ahora es más espiritual. Reconozco que los ramos eran
un ritual conmemorativo de la entrada de Jesús en la Ciudad Santa. Esos ramos que
nos acompañarían durante todo el año y de hecho, muchas veces, por un tiempo
mayor si no los llevábamos a la iglesia para quemar el siguiente miércoles de
cenizas.
Ahora la meditación es otra. Mi visita a tierra santa la
enriqueció. Allí incorporé muchos elementos para reflexionar. Claro que se
puede pensar sin haber ido y así lo hacen la mayoría de las personas. A mí me
ayuda, ese pensamiento que acompaña a la fe, que ayuda a la contemplación. Escucho
la misa con una hoja y un lápiz y voy haciendo anotaciones. ¿Para qué? Para
continuar la meditación en otro momento, para poder escribir. ¡Como ayuda poder
escribir! Escribir aunque nadie lea, aunque no se posea esa facilidad especial
ni ese talento para hacerlo bien. Escribir para uno mismo. Y quizá, tal vez,
ayude a alguien, quizá encuentre esa letra perdida un lector que la disfrute o
que la aborrezca y la discuta.
Imagino al Jesús de su época, desconocido para muchos en
Jerusalén, desconocido como lo es hoy también para muchísima gente, que no ha
oído de él o que de tanto oír, sin conocer, se ha hastiado y ha mutilado sus
oídos. Jesús y el borrico, y las ramas, los mantos y los cantos.
A la entrada, tras la gran puerta cerrada de la catedral el
cardenal bendice los ramos y entre los bancos vacíos comienza a caminar junto a
otros sacerdotes y religiosos, unos pocos, hacia el altar. Qué alegría cuando
me dijeron… los cantos de siempre los acompañan. Los feligreses no están, están
en sus casas, escuchando. Son más que los que asistieron el año pasado, son más
que otros años. Si los que escuchan y ven las imágenes por la red hubieran ido hoy
se hubieran necesitado varias catedrales…
Es como si las palabras del Evangelio nos repitieran
"Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de
cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto "; y tu
Padre, que ve en lo secreto, te recompensará." (Mt 6,6)
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