Intentando interpretar sus palabras es que nos animamos,
desde hace unos meses, a integrar la pastoral penitenciaria que viene llegando
nuestra iglesia y las de otros hermanos cristianos en todas las cárceles del
país.
Se trata de llegar a quienes no tienen otra forma de hacerlo
si no otra vez nuestro, pues ha sido condenados por su pasado que yace impreso
en su presente de privación.
Son personas algunas muy jóvenes, otras no tanto, algunas
que han envejecido dentro de esos esas paredes de esos cercos.
Son personas que no conocen, que no han conocido, a Dios
como tantos en nuestro país y reciben el primer anuncio ya presos.
Nos manifiestan su pesar su arrepentimiento, el dolor por sus
familias, con otros integrantes también presos como ellos. Con su dolor por
estar ahí y con su mayor temor que consiste en su salida, en el fin de la
reclusión. Con las tentaciones que los esperan en esa siempre pensada salida,
que conlleva el miedo de volver a delinquir, de volver hacer daño y de regresar
a esa institución, que contradictoriamente ha sido por un tiempo largo su hogar;
y en la cual también tienen sus tentaciones. Hay quienes manifiestan estar
peleando contra la droga.
Muchos son chicos inteligentes, capaces, algunos siguen
estudiando; otros no quieren hablar pues su pobre léxico no se los permite. Ya
escucharlos es un apoyo, enseñarles a orar, intentar que la fe los ilumine. Escuchar,
orar y callar sobre lo que expresan. No su callar sobre angustia y sus
necesidades.
Muchos han cometido actos temibles y pueden volver a
cometerlos. Ahora están ahí.
Por último una palabra para los guardias. Son pocos y a veces
también tienen miedo. Nos tratan con suma amabilidad y son absolutamente
serviciales.
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